Dignidad y Humanismo

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la foto Somos muchos los que defendemos una sanidad pública con nuevos modelos de gestión y liderazgo real (no de palabra) que no menoscaben la autoestima de los profesionales y valoren su capacidad y sacrificio de forma objetiva

Este año cumplo 20 años en la profesión más bonita del mundo: servir a los demás con el objetivo de intentar devolverles la salud. Lejos de lo que cantaba Gardel, el camino ha sido mucho e inmensamente gratificante y enriquecedor. Un trabajo que ha marcado una vida. Sin embargo, la involución de la consideración profesional, el deterioro de la Medicina como marca y el desprecio que ha recibido de la Administración (hablo de Andalucía, mi medio) han sido una constante en progresión y sin atisbos de fin. Fue en los albores de nuestra joven y remonarquizada democracia cuando el Guerra declaró que no pararía “hasta ver a los médicos en alpargatas”; el paso del tiempo lo ha colocado a él en la oscuridad de nuestra historia reciente y, sin embargo, sus profecías respecto de lo que somos herederos de Galeno están camino del pleno cumplimiento. Hace unos días que mi buen compañero Juan Toral, un excelente médico de familia ubetense formado en Carlos Haya y que ahora ejerce su andalucismo y su buen hacer en Canarias, escribió un post en su magnífico blog “La llamada del sonrojo”. En él nos contaba como a los 24 meses de haber terminado su MIR y haberse inscrito en la Bolsa de Empleo del SAS ha recibido dos ofertas de trabajo por teléfono, un contrato de 10 días y otro posterior de 6; obviamente las rechazó, y confiesa sentirse un privilegiado por tener un contrato digno de trabajo al 100% en Las Palmas. La misma Bolsa de Empleo, por cierto, bajo sospecha sindical por su irregular sistema de funcionamiento y que no es más que una careta de liquidar y acceso al mercado laboral sanitario que sirve para bien poco o nada.
Este ejemplo es parte de la realidad vergonzante de los especialistas en Andalucía. Profesionales de alto nivel que sustituyen su primer apellido por un porcentaje cuando intercambian la maldita pregunta “¿tú qué contrato tienes?”. El más afortunado, con un 75%, sólo pasa un día a la semana ‘al sol’; muchos otros disfrutan de contratos del 33% o del 50%, siempre en fórmulas que puedan ser aprovechadas por el empleador para procurar el máximo rendimiento al menor coste posible y en condiciones susurradas que a veces rozan la legalidad. Especialistas que sucumben y aceptan esta precariedad porque hay detrás familias, hijos e hipotecas, y el instinto de supervivencia es siempre prioridad. Las cosas van a cambiar pronto, se les dice. El único cambio real es un deterioro progresivo en la calidad y cantidad del trabajo y, por tanto, en sus condiciones de vida. Cuesta abajo y sin frenos. Cuando sus ideales aún no han sido arrollados por la realidad del régimen andaluz, como pasa ahora con los residentes de Carlos Haya, denuncian situaciones de abuso (utilización como mano de obra ‘low-cost’ en Urgencias); hacen bien mientras pueden porque luego la realidad los apabulla y terminan tragando la realidad laboral basura cuatro – cinco años después.
Gran parte de la responsabilidad en esta deriva está en la politización de los mandos intermedios de la Administración, hospitales y centros de salud, en los que se ha ido imponiendo la meritocracia sonriente de la corriente política gobernante. Los puestos se asignan a dedo bajo la máscara de concursos abiertos, una farsa de antemano donde todo está ya arreglado. Con la excusa de la gestión siempre por medio, los profesionales de a pie hemos dejado de tener en nuestros superiores a personas que nos apoyan y hemos encontrado un escenario de exigencia y martilleo en función de las necesidades de la Administración y con el paciente en un segundo plano. Como bien dice mi admirado Federico Soriguer, el único prestigio y categoría que obtenemos los profesionales nos lo dan nuestros pacientes y nuestros iguales científicos y académicos; tenemos, por tanto, justo el mundo al revés. Méritos políticos y amiguismo como base de puestos de mando, donde se aíslan y enrocan en su despacho, como bien contaba recientemente Ángel Escalera en SUR, dirigentes sanitarios mediocres a los que el traje les queda demasiado grande. Esa es la realidad que tenemos y que asumimos sin poder hacer nada, la de un auténtico tejido de casta política castrochavista en la sanidad andaluza. ¿Podemos cambiarlo?
Somos muchos los que defendemos una Sanidad Pública con nuevos modelos de gestión y liderazgo real (no de palabra) que no menoscaben la autoestima de los profesionales y valoren su capacidad y sacrificio de forma objetiva. El apoyo de los Colegios de Médicos, poco explícito y siempre con la boca pequeña, no puede ir más allá de la declaración institucional porque su perfil es de representatividad y su capacidad de maniobra tan limitada como su deseo de confrontación con la Administración. Los sindicatos son figuras decadentes en las que hemos confiado poco, porque históricamente no cuentan con ningún logro importante en la defensa laboral sanitaria y siempre miden sus respuestas con la regla que permite no pasar el centímetro que incomoda al poder al que supuestamente intenta corregir en favor del trabajador. ¿Con qué contamos, pues, cuando desde todos los estamentos han ido permitiendo y, por tanto, coadyuvando en este deterioro de nuestra profesión? Sólo con dos cosas: la dignidad personal y profesional y nuestro perfil humanista como elementos innegociables para salir adelante. Levantarnos por la mañana y entender, inmediatamente, que sean las que sean las circunstancias profesionales existen personas y seres humanos que depositan, ese mismo día, su proyecto vital en nosotros. Y nosotros debemos responder con el mismo humanismo, dedicación y entrega que se espera, dando lo mejor y confiando en que llegará un tiempo en el que ser médico vuelva dignificarse en la forma en la que siempre se ha hecho en calidad laboral y representatividad social. Es lo que estos 20 años de ejercicio me han enseñado y es lo que me gustaría transmitir a los que vienen por detrás y empiezan su camino: dignidad como persona, como médico y orgullo humanista porque nadie puede aportar más a los que lo necesitan que nosotros. Es lo único que nos ha quedado, lo único que los que nos rodean nos han ido dejando, pero es, al mismo tiempo, el valor más grande. Es el factor de apoyo humano y del roce lo que ha mantenido de pie a la salud mientras hemos visto hundirse a la educación, a la justicia y a los pilares del Estado. Démosle la importancia que tiene y miremos adelante, compañeros. Dignidad y humanismo.

* Artículo publicado en Diario SUR el martes 15 de julio de 2014 por el Dr. César P. Ramírez Plaza, Director del Instituto Quirúrgico de Andalucía.

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